Al margen de que seamos o no aficionados a los toros, es indiscutible que la Tauromaquia forma parte del patrimonio histórico y cultural de los españoles: en el mundo entero se la ve como una seña de identidad de la cultura española. Se ha declarado legalmente que la Tauromaquia (el conjunto de actividades artísticas y productivas, incluyendo la crianza y selección del toro de lidia, que confluyen en la corrida de toros moderna) es expresión relevante de la cultura tradicional del pueblo español, forma parte de nuestro Patrimonio Cultural Inmaterial.
La Fiesta posee todos los requisitos necesarios para ser incluida en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. El Gobierno se comprometió a proponerlo así a la Unesco, junto con los otros países taurinos: Francia, Portugal y varios de Hispano-américa.
La Fiesta es el segundo espectáculo de masas, en España: constituye un elemento turístico fundamental, que genera muchos millones de euros.
A los valores ecológicos y económicos hay que unir los innegables valores culturales de la Tauromaquia, si entendemos la cultura como «el conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo». Así la define el activista antitaurino José Enrique Zaldívar y su conclusión es esta: «Podemos decir que sí, que la Tauromaquia ha formado parte de la cultura de algunos pueblos del mundo y, sin duda, de la de España». La pluralidad de sus valores culturales es evidente. El toro bravo es un elemento esencial en las fiestas de muchos pueblos.
La Tauromaquia va unida a nuestra historia; no tiene ideología, es del pueblo; impregna el lenguaje cotidiano de todos los españoles, sean o no aficionados. Como cualquier arte, implica una adhesión libre; tiene un origen (español, en este caso) pero posee una proyección universal. Ha inspirado a creadores de todos los sectores artísticos, todas las épocas y tendencias estéticas. El toro bravo es un símbolo de España: «la piel de toro», «el ruedo ibérico». El torero es un héroe popular, encarna unos valores. La Tauromaquia supone una ética.
Según la Ley de Patrimonio Histórico, este trasciende el ámbito de competencias de una Comunidad determinada: es competencia del Estado garantizar su conservación y promoción, así como tutelar el derecho de los españoles a su conocimiento, acceso y libre ejercicio.